sábado, 26 de octubre de 2013

Melancolía.

La taza de café medio vacía, la comida picada y la cama destendida, todo estaba intacto, todo parecía estar detenido en el tiempo, reacio a seguir adelante. La luz no se había pagado, las plantas no se habían regado y entré por la puerta con las mismas llaves de siempre. El lugar conservaba la armonía de una casa donde vivía una familia chica, sólo había dos recamaras y un baño, ambos completamente descuidados. Es bastante triste regresar al lugar en donde creciste y darte cuenta que por más que lo desees, ese lugar no va a volver a ser tu hogar, ni el mismo de antes. Te sientas en lo que antes era el comedor y por un segundo el sabor del sazón de mamá atraviesa tus fosas nasales e inconscientemente sonríes. Crees escuchar el maullido de un gato y por costumbre gritas "¡Lancelot!" pero claramente no se trata de él, sino de un intruso o quizás del nuevo inquilino del hogar. El pasillo de las recamaras te parece más estrecho y corto que hace diez años y los recuerdos llegan más claros a tu mente que dos horas antes de salir de tu casa. Puedes volver a ver las repisas llenas de fotos y las paredes repletas de cuadros de Monet (pintor favorito de tu mamá). Asomas la cabeza por la rendija de la puerta que era del cuarto de tus padres y te topas de nuevo con la realidad, la cama destendida y llama de polvo, el buró en donde tu mamá solía arreglarse tenía el enorme espejo roto y no quedaba rastro alguno del librero repleto de libros de autores europeos que tanto cuida a y presumía papá. La tristeza te invade y ahora tienes un terror inmenso por entrar en el que era tu cuarto. Instantáneamente pasajes de tu vida ahí se muestran ante ti, caprichosos, jugando contigo y a la vez queriendo decirte algo. Recuerdas cuando llorabas debajo de las sábanas y cuando te escondías en el armario, también recuerdas la primera vez que estuviste ahí con ella solos por primera vez, recuerdas su cuerpo nervioso y también todas las cosas que revelaron aquella tarde de abril. Anhelas ver tu colchón intacto, quieres que todas tus memorias sigan ahí, pero no es así, detrás de esa puerta que abriste de una patada como todo lo que se abre cuando existe miedo, no queda ni un sólo rastro de infancia, ni siquiera quedan vestigios de una habitación. Te tumbas en el piso a llorar de la rabia y a lamentarte por el viaje que acabas de realizar, tratas de encontrar un culpable pero en realidad no los hay, así es el tiempo, no se detiene y destruye para construir futuros prometedores, pero es la melancolía la que nos hace aferrarnos al pasado y temerle a lo nuevo. Después de darle vueltas al asunto en mi cabeza, suspiré, me reincorporé y sin mirar atrás dejé el lugar. 

domingo, 13 de octubre de 2013

Escribir.

Nada me ha dejado tanto como escribir. Quizás lo encuentres mundano y sencillo, pero escribir es más que poner palabras en papel. Escribir es encontrar las palabras exactas para hacer una operación quirúrgica en el alma de una persona, la mayoría de las veces, un completo extraño, un completo extraño que vive en tu mente por días y que en vez de expulsarlo, le ponemos nombre, le damos vestido, casa, pero sobre todo le damos palabra. 

Nada me ha dejado tanto como escribir, quizás no tenga ningún premio en la repisa, pero puedo decir con gusto que he dicho lo que pienso de la forma que yo quiero, he expresado mis sentimientos. Escribir me ha dejado todo y nada, me ha dejado con palabras dichas y con la capacidad de poner decirlas. 
Nada me ha dejado tanto como escribir, no importa la forma, ni el medio, escribir es mi analgésico preferido. En mis letras divagan amor, llantos, decepciones, errores, en mis letras estoy yo y están casi toda la gente de mi entorno que consiente e inconscientemente influyen en mi forma de actuar y vivir. Creo firmemente que escribir es el arte más honesto y transparente que existe aunque este término se haya ido tergiversando con el paso de los años. 

Quizás llegué en una época en donde escribir no sea algo extraordinario y en dónde quizás los libros estén más en peligro que en cualquier otra, eso se verá con el paso de unos cuentos años más, lo único que sé a ciencia cierta es que nada me ha dejado tanto como escribir porque entre vivir y escribir la verdad es que no encuentro diferencia.