lunes, 23 de diciembre de 2013

El Panadero

El panadero se quedó sin panes a las 8:30, era una noche fría de domingo y las buenas familias salían de misa a esa hora, eran los 80 y, aunque esas costumbres parecían para gente "vieja", el pan se seguía vendiendo muy bien. Él siempre ponía su humilde puesto de lámina con una lona roja que lo distinguía exactamente en la esquina de la iglesia, justo en donde los que venían de más lejos estacionaban sus autos y por dónde casi todos los vecinos tomaban su camino a casa. Diario llevaba su playera del Cruz Azul y la portaba con orgullo, decía que no había otro equipo como ese y qué, con el paso del tiempo, el América y las Chivas pasarían a dejarle su lugar al Azul y que de ahí no se irían nunca. Le encantaba hablar de fútbol con sus clientes e incluso hasta apostaba con ellos. La pieza que más se vendía era la dona; de azúcar o de chocolate. 
Cada que salía de misa, volteaba a ver al panadero y este me sonreía con esa sonrisa que tiene una persona sabedora de que, al menos por hoy, podrá llevarle el sustento a su familia. Yo, ingenuo, lo saludaba de lejos con un movimiento de manos para después acercarme con mi abuela al puesto y exigirle que me comprara un churro, aunque él siempre me regalaba uno. Nunca lo vi envejecer, cada que pasaba mantenía la misma sonrisa de siempre y, al menos para mi, él nunca se venía más grande, siempre lo veía exactamente igual que el día anterior. 

Hoy he vuelto después de casi 30 años a pararme en la iglesia de la colonia que me vio crecer y no puedo creer que esté aquí en honor a mi abuela, siempre la recordé inquebrantable, pero lamentablemente, me cuentan mis primos que la atendieron hasta el final, que de unos meses a la fecha empeoró y no pudo reponerse, me arrepiento tanto de no poder haber estado ahí con ella apoyandola como ella lo hacia conmigo, como bien decía ella, sólo Dios sabe por qué y cómo hace las cosas. 
Agradecí a todos los ángeles cuando el padre indicó el final de la ceremonia, voltee a ver mi mamá que se encontraba ahogada en llanto y la abracé, no supe qué decirle, tampoco a mis tíos de modo que los junte a todos e hice que se abrazaran entre todos y sintieran la unión que su mamá creó. En la banda del fondo estaba la que parecía, o al menos para mi, la persona más sola del planeta, ahí estaba mi abuelo con los brazos recargados en sus muslos y la cabeza entre los brazos, con un traje negro y su cabello canoso, me senté y una sola palmada en su amplia espalda bastó para que por primera vez en mi vida viera al roble de casi 80 años llorar. No tuve capacidad de reacción, trate de hacer lo mejor posible, pero sólo le di un par de palmadas y le dije unas palabras de aliente rutinarias y salí de la iglesia. El golpe de aire fue rotundo y me enfrió todo, puse las manos en mis brazos y las agite por todo su largo, exhalé aliviado y tomé un cigarro, el viento me daba de frente de modo de que tuve que girar para poder encenderlo y fue ahí cuando lo vi en la misma esquina de hace 30 años, ahí estaba en puesto de lámina con lona roja y ahí estaba él vendiendo panes. Me acerqué con miedo y pude percatarme de que el puesto estaba con menos variedad que en años anteriores y que los panes eran considerablemente más pequeños. El señor ya estaba acompañado de su hija, incluso fue ella la que se me acercó y al ver mi vestimenta negra en su totalidad soltó un "lo siento" lo agradecí y pedí, como 30 años antes, un churro, ella con mucho gusto me lo dio, y yo lo pagué. Sin ánimos y sabiendo de que el panadero no me reconocería, lo llamé y a pesar de su rostro acabado y su cabello canoso, cuando él me volteó a ver lo vi como el joven que no dejaba de sonreír y por el que los años no pasaban, solté una sonrisa discreta y le dije: Señor, buenas noches y arriba el Cruz Azul. 

domingo, 24 de noviembre de 2013

La Primera Vez

La primera vez que la vi todo estaba oscuro y juré que su cabello era negro y sus ojos azules, jugábamos a mirarnos y evadirnos inconscientemente hasta que me acerqué y la invité a que saliéramos del lugar para platicar más agusto. Hablamos toda la noche y prometimos volver a vernos. 

La primera vez que toqué su mano era de día y meses antes ya me había percatado de que su cabello era castaño y sus ojos eran color café, caminábamos por las estrechas calles que colindaban con su casa, seguíamos hablando de cualquier cosa y ahí, entre el mar de palabras que habíamos creado nuestras palmas se encontraron y pude sentir perfectamente la textura de su piel y por primera vez constaté que los espacios entre sus dedos estaban hechos para que los míos los ocuparan. El contacto fue inmediato y el sentimiento mutuo, pero ella en ningún momento se inmutó y continuó hablando como si nada hubiera sucedido. 

La primera vez que me acerqué más de la cuenta a su rostro estábamos en un café platicando, para variar, cuando una parte de mi perdió la brújula y se abalanzó sobre su mejilla. Su piel era tersa y perfecta, me encargué de dejar mis labios bien plasmados para que sintiera lo que yo sentía, pero en ningún momento dejó de hablar, sólo soltó una risita nerviosa y continuó la plática. 

Eso era lo que me gustaba y no de ella, nunca perdía la mesura y nunca dejaba de hablar, siempre tenía algo que contarme por más complejo, personal o estúpido que fuera. Quizás estaba más enamorado de su voz que de ella, quizás nunca estuvo realmente enamorada de mi o quizás le daba miedo o no sabía como expresar lo que sentía por mi, eso nunca lo sabré porque una tarde lluviosa regresando de una pequeña y muy incomoda visita a casa de sus papás  no soltó una sola palabra, llovía de una manera espantosa y el frío se colaba por cualquier rendija que encontraba y calaba hasta los huesos, esperaba que soltara alguna queja sobre el clima o de la visita con sus papás, pero no sucedió nada, era la primera vez que no tenía, o no quería, contarme algo. No sabía que hacer, qué decir, no sabía absolutamente nada, trate sin éxito de hablarle de cualquier tema y ella sólo espetaba oraciones secas, concretas y sin opción a respuesta. Decepcionado,  la dejé en su casa, le abrí la puerta del coche y la acompañé hasta la puerta de su casa, ella volteó a verme fijamente y ahí entre el frío y la tormenta me besó, fue un beso de reproche con sabor a despedida, duro y suave al mismo tiempo. La abracé y ella entró a su casa. Al entrar a mi auto me percaté que había dejado una nota escrita en un kleenex en el asiento, era la primera vez que me escribía y también sería la última vez que la tendría cerca. 

sábado, 26 de octubre de 2013

Melancolía.

La taza de café medio vacía, la comida picada y la cama destendida, todo estaba intacto, todo parecía estar detenido en el tiempo, reacio a seguir adelante. La luz no se había pagado, las plantas no se habían regado y entré por la puerta con las mismas llaves de siempre. El lugar conservaba la armonía de una casa donde vivía una familia chica, sólo había dos recamaras y un baño, ambos completamente descuidados. Es bastante triste regresar al lugar en donde creciste y darte cuenta que por más que lo desees, ese lugar no va a volver a ser tu hogar, ni el mismo de antes. Te sientas en lo que antes era el comedor y por un segundo el sabor del sazón de mamá atraviesa tus fosas nasales e inconscientemente sonríes. Crees escuchar el maullido de un gato y por costumbre gritas "¡Lancelot!" pero claramente no se trata de él, sino de un intruso o quizás del nuevo inquilino del hogar. El pasillo de las recamaras te parece más estrecho y corto que hace diez años y los recuerdos llegan más claros a tu mente que dos horas antes de salir de tu casa. Puedes volver a ver las repisas llenas de fotos y las paredes repletas de cuadros de Monet (pintor favorito de tu mamá). Asomas la cabeza por la rendija de la puerta que era del cuarto de tus padres y te topas de nuevo con la realidad, la cama destendida y llama de polvo, el buró en donde tu mamá solía arreglarse tenía el enorme espejo roto y no quedaba rastro alguno del librero repleto de libros de autores europeos que tanto cuida a y presumía papá. La tristeza te invade y ahora tienes un terror inmenso por entrar en el que era tu cuarto. Instantáneamente pasajes de tu vida ahí se muestran ante ti, caprichosos, jugando contigo y a la vez queriendo decirte algo. Recuerdas cuando llorabas debajo de las sábanas y cuando te escondías en el armario, también recuerdas la primera vez que estuviste ahí con ella solos por primera vez, recuerdas su cuerpo nervioso y también todas las cosas que revelaron aquella tarde de abril. Anhelas ver tu colchón intacto, quieres que todas tus memorias sigan ahí, pero no es así, detrás de esa puerta que abriste de una patada como todo lo que se abre cuando existe miedo, no queda ni un sólo rastro de infancia, ni siquiera quedan vestigios de una habitación. Te tumbas en el piso a llorar de la rabia y a lamentarte por el viaje que acabas de realizar, tratas de encontrar un culpable pero en realidad no los hay, así es el tiempo, no se detiene y destruye para construir futuros prometedores, pero es la melancolía la que nos hace aferrarnos al pasado y temerle a lo nuevo. Después de darle vueltas al asunto en mi cabeza, suspiré, me reincorporé y sin mirar atrás dejé el lugar. 

domingo, 13 de octubre de 2013

Escribir.

Nada me ha dejado tanto como escribir. Quizás lo encuentres mundano y sencillo, pero escribir es más que poner palabras en papel. Escribir es encontrar las palabras exactas para hacer una operación quirúrgica en el alma de una persona, la mayoría de las veces, un completo extraño, un completo extraño que vive en tu mente por días y que en vez de expulsarlo, le ponemos nombre, le damos vestido, casa, pero sobre todo le damos palabra. 

Nada me ha dejado tanto como escribir, quizás no tenga ningún premio en la repisa, pero puedo decir con gusto que he dicho lo que pienso de la forma que yo quiero, he expresado mis sentimientos. Escribir me ha dejado todo y nada, me ha dejado con palabras dichas y con la capacidad de poner decirlas. 
Nada me ha dejado tanto como escribir, no importa la forma, ni el medio, escribir es mi analgésico preferido. En mis letras divagan amor, llantos, decepciones, errores, en mis letras estoy yo y están casi toda la gente de mi entorno que consiente e inconscientemente influyen en mi forma de actuar y vivir. Creo firmemente que escribir es el arte más honesto y transparente que existe aunque este término se haya ido tergiversando con el paso de los años. 

Quizás llegué en una época en donde escribir no sea algo extraordinario y en dónde quizás los libros estén más en peligro que en cualquier otra, eso se verá con el paso de unos cuentos años más, lo único que sé a ciencia cierta es que nada me ha dejado tanto como escribir porque entre vivir y escribir la verdad es que no encuentro diferencia. 

martes, 10 de septiembre de 2013

Testigos

Hace mucho que no me detenía a oír el sonido de la lluvia. En ésta ciudad llueve sin importar la estación del año en la que nos encontremos, de modo que es extraño que hasta el día de hoy, después de pasar toda una vida en este lugar, decida oír las gotas rebotar con furia en la ventana de mi cuarto. Esta soledad me hace pensar en todas las personas que me rodean y en por qué me sigo sintiendo así si ellas no se han ido a ningún lado.


Caminando por la calle me siento perdido, siento que riachuelos de aguas diáfanas me llevan en su caudal en donde todo se convertirá en nada. No quiero convertirme en nada, no quiero dejar este lugar, no quiero ayuda, no quiero estar con nadie y mucho menos quiero a alguien, sólo quiero estar aquí todo el día recordando el día que la vi por última vez, balanceándose entre los estantes de libros. Viéndolos con sigilo y alzando la mirada para ver si alguien estaba observándola.   Fue ahí cuando crucé mirada con esos ojos color café por un instante, fue  sólo un momento en el que nos miramos e intercambiamos pensamientos y una sonrisa, después todo se convirtió en un juego de persecución, ambos nos estábamos retando para ver quien era el primero que se acercaba al otro. Los libros eran los únicos testigos de este extraño cortejo entre los dos, nadie más en ese lugar sentía lo que ambos sentíamos en ese instante y fue ahí, enfrente de la sección de “Autores Iberoamericanos” en donde después de hablar por medio de miradas que nos encontramos de frente y sin más preámbulos, ante la mirada de Cortázar y Fuentes, decidimos fundirnos en un beso, un beso digno de la prosa de García Márquez y de la exquisitez de Borges. Así es como las grandes cosas suceden, basta con estar sentado oyendo la lluvia para recordarlo o vivirlo.   

domingo, 8 de septiembre de 2013

Hoyuelos

Para poder disfrutar el texto completamente es necesario que lo leas con la música que seleccioné para éste. Recuerda comenzar a leer cuando la letra de la canción comience. Que lo disfrutes.



Mojarse nunca valió tanto la pena.

El surrealismo de la primera salida siempre es adictivo, jamás podrías cansarte de un sentimiento que se te impregna tanto a tu ser, que hace que cada uno de tus músculos se contraigan y te llenen de miedo y ansiedad por ver a esa persona.

Lo último que quería era llegar tarde, pero ese surrealismo me hizo llegar casi 40 minutos después de lo acordado a pesar de todo lo que corrí. Evidentemente llegue al lugar fatigado e incluso con ganas de decirle que mejor nos viéramos otro día, que esto no podría ir peor, pero todo ser borró de mi mente en cuanto contemplé sus oyuelos a una distancia considerable, no podría observar otra parte de ella, sólo recuerdo su camisa roja con cuadros negros y su cara de incredulidad al ver a alguien tan empapado. Fue en ese instante en el que me di cuenta que lo único que quería hacer a partir de ese momento era única y exclusivamente ver sus hoyuelos, tocar sus hoyuelos…besar sus hoyuelos.


Cuando creí que lo mejor de este planeta eran sus hoyuelos, escuché por primera vez su tono de voz y quedé tan impactado como niño en su primer día de escuela, no sabía que decir, cómo decirlo, ni mucho menos que tono usar en cada situación. Tomé asiento y también su café para tratar de calentar mis manos, no podía pensar ni tampoco dejar de escurrir agua por todos lados, trataba de fijar mi mirada en la suya, pero sabía que me encontraría en desventaja, pues mis ojos son los primeros que me delatan cada que tengo sentimientos por alguien...y ella era ese alguien.  Le di un sorbo a su café y comenzó una plática de todo y nada a la vez, risas, golpes, retos, regalos, un sinfín de cosas que ocurrieron en el transcurso de una hora y media. “Tengo ganas de abrazarte, pero no quiero” me dijo mientras seguía contemplando mi ropa mojada. No supe qué decirle, pues seguía perdido en su rostro, de modo que me levanté de mi asiento y espere a que ella también lo hiciera. Nos abrazamos. Tenía mucho tiempo sin sentir una conexión tan grande con alguien, no quería dejarla ir, no quiero dejarla ir jamás, quiero estar con ella todo el tiempo, quiero oír sus problemas y tratar de encontrar una solución juntos. Pude crear una historia juntos mientras caminábamos rumbo a su casa, sentí un vacío enorme en cuanto cerró la puerta y emprendí mi camino a casa, había sido la mejor tarde en años, fue como ver todo lo que estaba esperando sentada enfrente de mi, platicando conmigo por una hora y media. No puedo esperar a volver a verla, quiero volver a perderme en los hoyuelos de Natalia. 

miércoles, 28 de agosto de 2013

Ensayo de la vejez.

Sentado esperando a que el tiempo deje ya de pasar tan lento y preguntándose por qué el suyo pasó tan rápido. De manos temblorosas y pasos inseguros, tratando de recordar todo lo vivido, extrañando a sus nietos, a sus hijos, a todas esas personas que, según él, hace muy poco tiempo estaban ahí todos días, todo el día. ¿Hace cuanto que ella no está? ¿Hace cuanto que su compañera de vida emprendió un nuevo viaje y lo dejo solo esperando a que el suyo terminara? El llanto es la única fuente que lo hace sentir vivo, que lo hace sentir. Las noches son más largas y más insoportables, el miedo siempre está ahí, sus fantasmas del pasado también. La soledad está acabando con su cordura y paciencia, los números, los nombres, las direcciones  desaparecen de repente de su mente para no volver jamás y son esos escasos y milagrosos momentos de lucidez en los que se da cuenta que a esas alturas de su vida, en donde la soledad, la cordura y sobre todo la felicidad se burlan de él que se percata que la única acompañante que le queda es la vejez.