La primera vez que la vi todo estaba oscuro y juré que su cabello era negro y sus ojos azules, jugábamos a mirarnos y evadirnos inconscientemente hasta que me acerqué y la invité a que saliéramos del lugar para platicar más agusto. Hablamos toda la noche y prometimos volver a vernos.
La primera vez que toqué su mano era de día y meses antes ya me había percatado de que su cabello era castaño y sus ojos eran color café, caminábamos por las estrechas calles que colindaban con su casa, seguíamos hablando de cualquier cosa y ahí, entre el mar de palabras que habíamos creado nuestras palmas se encontraron y pude sentir perfectamente la textura de su piel y por primera vez constaté que los espacios entre sus dedos estaban hechos para que los míos los ocuparan. El contacto fue inmediato y el sentimiento mutuo, pero ella en ningún momento se inmutó y continuó hablando como si nada hubiera sucedido.
La primera vez que me acerqué más de la cuenta a su rostro estábamos en un café platicando, para variar, cuando una parte de mi perdió la brújula y se abalanzó sobre su mejilla. Su piel era tersa y perfecta, me encargué de dejar mis labios bien plasmados para que sintiera lo que yo sentía, pero en ningún momento dejó de hablar, sólo soltó una risita nerviosa y continuó la plática.
Eso era lo que me gustaba y no de ella, nunca perdía la mesura y nunca dejaba de hablar, siempre tenía algo que contarme por más complejo, personal o estúpido que fuera. Quizás estaba más enamorado de su voz que de ella, quizás nunca estuvo realmente enamorada de mi o quizás le daba miedo o no sabía como expresar lo que sentía por mi, eso nunca lo sabré porque una tarde lluviosa regresando de una pequeña y muy incomoda visita a casa de sus papás no soltó una sola palabra, llovía de una manera espantosa y el frío se colaba por cualquier rendija que encontraba y calaba hasta los huesos, esperaba que soltara alguna queja sobre el clima o de la visita con sus papás, pero no sucedió nada, era la primera vez que no tenía, o no quería, contarme algo. No sabía que hacer, qué decir, no sabía absolutamente nada, trate sin éxito de hablarle de cualquier tema y ella sólo espetaba oraciones secas, concretas y sin opción a respuesta. Decepcionado, la dejé en su casa, le abrí la puerta del coche y la acompañé hasta la puerta de su casa, ella volteó a verme fijamente y ahí entre el frío y la tormenta me besó, fue un beso de reproche con sabor a despedida, duro y suave al mismo tiempo. La abracé y ella entró a su casa. Al entrar a mi auto me percaté que había dejado una nota escrita en un kleenex en el asiento, era la primera vez que me escribía y también sería la última vez que la tendría cerca.
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