sábado, 10 de noviembre de 2012

No lo vuelvo a hacer.

Me despertó el penetrante olor de un cigarro mal apagado y un terrible dolor de cabeza, me levanté más por instinto que por voluntad, me senté a la orilla de la cama y mire al rededor. A mis pies había envolturas de condones, había cabellos de mujer en mi almohada y olor de perfume combinado con alcohol en el ambiente. ¿Con quien habrá sido? ¿La pelirroja, la rubia, la de escote pronunciado, la de minifalda? De pronto todas parecían ser la misma persona. ¿CON QUIÉN FUE?
Corrí a la sala en busca de mi teléfono, al abrir la puerta encontré un camino de ropa en el piso, sólo estaba la mía. Se había ido. Fragmentos de la noche pasada atravesaban mi cabeza, me preparé un café, me puse algo de ropa y me senté en el sillón. Había en total 23 colillas de cigarro en el cenicero y 7 botellas; 3 de vodka, 2 de tequila y 2 de whisky, todas vacías. Era evidente que había sido una borrachera impresionante, ¿Pero cómo llegamos a mi casa, en dónde la conocí?
Busque en mi pantalón y en mi camisa tratando de encontrar un indicio y encontré un ticket de un restaurante ubicado en la condesa, detrás del ticket se encontraba un número de telefónico y una hora, las 23:39.
Me terminé mi café y cogí el teléfono para llamarle a mi mejor amigo, él me relató que fuimos a ese restaurante y después nos dirigimos a un antro, pero que me fui muy temprano argumentando problemas familiares. ¿Y después qué? Estaba con la mitad del rompecabezas resuelto. Regrese a mi cuarto en busca de respuestas, quite las sabanas pero no encontré nada. Encontré mi celular debajo de la cama, tenía el 10% de batería, lo desbloquee y comencé a ver las fotos. Ahí estaba la respuesta. No era la rubia, no era la de escote pronunciado, ni la de minifalda, mucho menos la pelirroja. Reí nervioso. Se trataba ni más ni menos de mi mejor amiga, en mi celular había vídeos y miles de fotos de lo ocurrido. Comenzó a sonar el teléfono, corrí a la sala para contestar.
—¿Sí? Contesté.
—¿Rodrigo? Preguntó una voz aguda y tímida, en efecto, era ella.
Al oír su voz sólo una expresión pasaba por mi cabeza:
No lo vuelvo a hacer.

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