Es increíble lo que un poco de anonimato puede hacer. Me gusta creer que todo el mundo tiene uno de esos momentos que perdonamos como experimentos universitarios. La mayor parte de ellos suceden en la universidad, pero todos tenemos alguno ¿No es así?
Habíamos acabado ya nuestros estudios de Periodismo, teníamos dinero y éramos jóvenes, así fue como Carter -el más adinerado de todos- me propuso un viaje a Las Vegas, nos quedaríamos en un hotel modesto, pues sólo lo necesitábamos para dormir -si es que dormíamos- y para bañarnos.
Éramos Cárter y yo. Él era más experimentado y también más grande. Así, el Jueves vaciamos nuestras cuentas de banco y nos dirigimos a la ciudad de las luces de neón. Sólo estaríamos la noche del viernes y regresaríamos el Sábado en la tarde.
Estábamos recién graduados, lo único que queríamos, aparte de emborracharnos y acostarnos con una extraña, era salir de nuestra zona de confort para poder narrar algo, mandarlo a un periódico y obtener un buen trabajo.
Llegamos al modesto hotel, cuyo nombre no recuerdo, al llegar lo primer que hicimos fue ponernos ropa elegante e ir a los mejores Casinos de la Avenida Principal a apostar el dinero de nuestros padres, pero ni un solo centavo era nuestro.
Pasamos al Caesars, al MGM, al Casino Royal, al Monte Carlo, al París Las Vegas, al Fontainebleau, en cada lugar botando nuestro dinero entre apuestas y bebidas. Al ver que las bebidas aumentaban y el dinero disminuía considerablemente, Carter, el más sobrio hasta el momento, me dijo que saliéramos de ahí. Obedecí.
Ahí estaba, la diversión apenas comienza, y ahora nos encontrábamos borrachos, con más de la mitad de los fondos gastados y caminando por la Avenida Principal. Era bastante difícil diferenciar entre los sonidos de los autos y la música de los antros, había uno diferente a cada paso, todos tenían música distinta, seguimos caminando.
Habíamos perdido ya la mayoría de nuestro dinero, pero el morbo por conocer un cabaret y disfrutar de las mujeres estaba latente. Así fue como entramos a un lugar que no se veía tan caro, pero tampoco acabado, su nombre, Victrola. A la entrada decidimos dar todo el dinero que fuera necesario para obtener los mejores lugares , yo no di todo, pues quería algo un poco más privado con las bailarinas.
El dinero recaudado nos dio unos lugares majestuosos, empezamos a ver a las mujeres.
Después de 40 minutos comenzamos a hablar de cada bailarina, comparando las que pensábamos que eran las más sexys, francamente, todas lo eran, pero yo tenía mi favorita. Carter era reacio a confesar que también lo era para él, pero después de muchas discusiones, se derrumbó y admitió que le gustaba la muchacha alta con piel de color moca.
Al terminar el baile, Carter le hizo una seña a la muchacha, ella vino al instante, él le susurró algo al oído.
—Dame tu dinero— Me dijo. Le dí todo lo que traía en mis bolsillos.
La muchacha se levantó y nos metió a un lugar detrás del escenario, había muchas cortinas rojas, entramos. Carter se fue con otra bailarina a otro lugar.
Al entrar había un sillón color marrón, al sentarme sentí que podía hundirme. La mujer no perdió un sólo segundo y se abalanzó sobre mi.
Ella dio una vuelta completa, moviéndose a un lado y me alcanzó a través de su regazo, moviendo sus manos al rededor de mi pantalón. Me reí, pero ella se movió otra vez y de repente capturó mi boca con la suya. El beso era tan suave, tan húmedo, tan sensual. Un infierno rugió dentro de mi, disolviendo cualquier pensamiento o razonamiento. La luz del cuarto me cegaba, ella movía sus caderas al ritmo de la música, millones de preguntas pasaban por mi mente mientras su hermoso cuerpo se encontraba encima del mío, moviéndose de atrás hacia adelante, de adelante hacía adelante. El erotismo del momento consumió la última de mis inhibiciones y me entregué a ello. Meneándome a un lado, me las arreglé para quitarme la ropa, alejándola de nosotros para quedar desnudo como ella, por fin. De pronto la luz del cuarto se torna color morado al mismo tiempo que ella aumenta el ritmo y el sonido del sillón embonaba perfecto sus jadeos. Ella parecía incansable, pero ¿Cómo podría decirle que no? Habíamos ido ya muy lejos en esto. Eran las Vegas después de todo. Su cuerpo se sentía tan bien contra el mío, resbaladizo por nuestro sudor, suave y deslizando piel contra piel.
Una cosa era admirar a una mujer sexy y otra tenerla deslizándose a través de ti...desnuda. La intensidad del clímax se duplicó por el surrealismo que estábamos sintiendo.
Se levantó, recogió sus cosas y se fue, después de todo sólo era un trabajo más. Me levanté incrédulo, tomé mis cosas y me dirigí al hotel para tratar de dormir. Carter y yo regresamos en la tarde del día siguiente, le conté lo acontecido con la bailarina.
A partir de aquella noche, cada que oíamos o veíamos algo sobre Las Vegas no podíamos evitar acordarnos de aquél desenfreno nocturno y soltar alguna carcajada un tanto nerviosa.
Nunca olvidaríamos lo que fue aquella noche en Las Vegas.
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