Salía de sus clases al toque sólo para contemplarla desde el balcón que daba al patio principal del colegio, era la mujer perfecta. Cada que sentía su presencia no paraba de sudar, signo inequívoco del enamoramiento involuntario e inocente.
Daniel no dejaba de pensar en Natalia ni un solo día, vivía por ella y para ella, no sabía que hacer con todo el amor que se le desbordaba. Él aquí con ganas de encerrarla en su inestable universo y ella allá formando galaxias con tan sólo sonreír.
El fin de año se acercaba y Daniel seguía haciendo lo mismo...contemplar a Natalia, hasta que esta decidió faltar una semana entera, Daniel entró en pánico y decidió relatar en una carta todos sus sentimientos hacia Natalia, estaba decidido a dársela a su retorno y así fue como a la hora de la salida de un Miércoles, Daniel salió corriendo de su salón para interceptarla en el estacionamiento, ahí la vio con Fernando, su compañero de banca, creyó que sólo eran amigos hasta que los vio besarse, su corazón se partió en mil pedazos y lo único que hizo fue salir corriendo del recinto con dirección a su casa. Toda la tarde no paró de llorar.
Al día siguiente, al salir a un receso, Daniel se percató que Natalia se encontraba afuera de su salón, se puso muy nervioso, pero aún así hizo lo posible por pasar desapercibido cuando de pronto sintió una mano en su hombro, era ella, se paralizo por completo al verla a los ojos.
—Creo que esto te pertenece—Dijo Natalia, dándole en propia mano la carta que él le había escrito—Jamás alguien me había escrito cosas tan hermosas, muchísimas gracias.
Daniel no supo que contestar, cuando se percato que Natalia no paraba de ver sus labios y acercarse cada vez más a él
—¿Y tú y yo nos hemos encontrado en cada vida?—Preguntó Daniel.
—Ojalá fuera así de fácil, te busco en cada vida, pero no siempre te encuentro y cuando te encuentro, a veces es demasiado tarde.
Ambos se quedaron viendo fijamente, el mundo no seguía su curso, Daniel decidió tomar la iniciativa y acercar lentamente sus labios hacia los de ella.
—Apúrate, estamos soñando—Le susurró.
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