miércoles, 28 de agosto de 2013
Ensayo de la vejez.
Sentado esperando a que el tiempo deje ya de pasar tan lento y preguntándose por qué el suyo pasó tan rápido. De manos temblorosas y pasos inseguros, tratando de recordar todo lo vivido, extrañando a sus nietos, a sus hijos, a todas esas personas que, según él, hace muy poco tiempo estaban ahí todos días, todo el día. ¿Hace cuanto que ella no está? ¿Hace cuanto que su compañera de vida emprendió un nuevo viaje y lo dejo solo esperando a que el suyo terminara? El llanto es la única fuente que lo hace sentir vivo, que lo hace sentir. Las noches son más largas y más insoportables, el miedo siempre está ahí, sus fantasmas del pasado también. La soledad está acabando con su cordura y paciencia, los números, los nombres, las direcciones desaparecen de repente de su mente para no volver jamás y son esos escasos y milagrosos momentos de lucidez en los que se da cuenta que a esas alturas de su vida, en donde la soledad, la cordura y sobre todo la felicidad se burlan de él que se percata que la única acompañante que le queda es la vejez.
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