PARTE SEIS.
ÚLTIMA PARTE.
•••
En punto de las 10 de
la mañana del martes el teléfono de Enrique Martínez Álvarez comenzó a sonar,
era Nayelli, su secretaria que le anunciaba que su cita acababa de llegar. El
señor Martínez contestó con un escueto “Que pase” mientras se volvía a acomodar
la corbata y trataba de calmar sus nervios.
Nayelli abrió la
puerta y Ricardo se paró en el marco de ella, Nayelli salió de la oficina y se
quedaron los dos solos.
—Toma asiento, por
favor— le dijo Enrique a Ricardo.
—Sí, gracias. —Ricardo
se sentó y puso sus codos sobre el escritorio. Él sólo venía por respuestas.
— ¿Y a qué viene? —Eso
no era lo que Ricardo quería oír, de modo que decidió tomar las riendas de la
conversación. Esto se tiene que resolver hoy.
— ¿Cómo que a qué
vengo? Vengo a que me digas la verdad.
¡Soy tu hijo! ¿Por qué no me reconociste como tal? Todos me mintieron, necesito
que me digas todo. —Enrique se recargó bien en su silla y abrió una de los
cajones, sacó su chequera y sin pensarlo
dos veces se la lanzó a Ricardo.
— ¿Cuánto por no
volver a aparecer en mi vida nunca más? Pon los ceros que quieras, estoy dispuesto
lo que sea.
—Wow, esperaba todo
menos esto…Sólo dime que pasó y sin precio alguno dejo tu vida para siempre. —Contestó
Ricardo.
—No tengo nada que
decirte, absolutamente nada. Si dejé a tu madre fue porque tenía otra familia,
otra familia que me hacía más feliz. No sé porqué viniste a buscarme, tu mamá
te mintió porque sabía que yo no quería ser tu padre y en realidad sigo sin
querer serlo. Nunca debiste buscarme, en mi no vas a encontrar jamás a tu
figura paterna. Regresa a tu realidad y déjame seguir con la mía. —Enrique
estaba a punto de llamar a los de seguridad cuando Ricardo, con lágrimas en los
ojos dejó su oficina sin hacer una sola rabieta, sólo se fue.
•••
Agradecí a Nayelli su amabilidad y me dirigí al elevador,
desganado presiono el botón que me llevará a mi auto. Ya dentro del elevador me
contengo y trato de no llorar, pero no lo logro, es inevitable llorar después
de una decepción tan grande. Ni siquiera sé si es por tristeza o por coraje. No
espero que Enrique se retracte, debo dejarlo ir y regresar a mi realidad, como
bien dijo él. Ya dejé todo por conocer
al que jamás fue mi padre ¿Cómo voy a reconstruir todo esto? ¿Qué es lo peor
que le puede pasar a quien ya le pasó lo que, según él, era lo peor que podía
pasarle?
Me seco las lágrimas y me dirijo al café en donde vi por
última vez a mi madre. Al llegar, me siento en la misma mesa en donde todo este
drama comenzó, saco mi celular y marco, nervioso, a casa de mi mamá.
— ¿Sí? —Contesta Sergio y un nudo enorme se forma en mi
garganta.
—Hola, habla Ricardo.
—inmediatamente su voz se transforma.
—Ah, ¿Quieres que te pase a tu mamá?
—No, sólo quería decirte una cosa rápido. —Mi voz se empieza
a quebrar.
— ¿Qué cosa, Ricardo?
—Perdón, papá.
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