jueves, 1 de agosto de 2013

Irreversible.

PARTE SEIS. 
ÚLTIMA PARTE. 

•••
En punto de las 10 de la mañana del martes el teléfono de Enrique Martínez Álvarez comenzó a sonar, era Nayelli, su secretaria que le anunciaba que su cita acababa de llegar. El señor Martínez contestó con un escueto “Que pase” mientras se volvía a acomodar la corbata y trataba de calmar sus nervios.
Nayelli abrió la puerta y Ricardo se paró en el marco de ella, Nayelli salió de la oficina y se quedaron los dos solos.
—Toma asiento, por favor— le dijo Enrique a Ricardo.
—Sí, gracias. —Ricardo se sentó y puso sus codos sobre el escritorio. Él sólo venía por respuestas.
— ¿Y a qué viene? —Eso no era lo que Ricardo quería oír, de modo que decidió tomar las riendas de la conversación. Esto se tiene que resolver hoy.
— ¿Cómo que a qué vengo?  Vengo a que me digas la verdad. ¡Soy tu hijo! ¿Por qué no me reconociste como tal? Todos me mintieron, necesito que me digas todo. —Enrique se recargó bien en su silla y abrió una de los cajones, sacó  su chequera y sin pensarlo dos veces se la lanzó a Ricardo.
— ¿Cuánto por no volver a aparecer en mi vida nunca más? Pon los ceros que quieras, estoy dispuesto lo que sea.  
—Wow, esperaba todo menos esto…Sólo dime que pasó y sin precio alguno dejo tu vida para siempre. —Contestó Ricardo.
—No tengo nada que decirte, absolutamente nada. Si dejé a tu madre fue porque tenía otra familia, otra familia que me hacía más feliz. No sé porqué viniste a buscarme, tu mamá te mintió porque sabía que yo no quería ser tu padre y en realidad sigo sin querer serlo. Nunca debiste buscarme, en mi no vas a encontrar jamás a tu figura paterna. Regresa a tu realidad y déjame seguir con la mía. —Enrique estaba a punto de llamar a los de seguridad cuando Ricardo, con lágrimas en los ojos dejó su oficina sin hacer una sola rabieta, sólo se fue.
•••
Agradecí a Nayelli su amabilidad y me dirigí al elevador, desganado presiono el botón que me llevará a mi auto. Ya dentro del elevador me contengo y trato de no llorar, pero no lo logro, es inevitable llorar después de una decepción tan grande. Ni siquiera sé si es por tristeza o por coraje. No espero que Enrique se retracte, debo dejarlo ir y regresar a mi realidad, como bien dijo él.  Ya dejé todo por conocer al que jamás fue mi padre ¿Cómo voy a reconstruir todo esto? ¿Qué es lo peor que le puede pasar a quien ya le pasó lo que, según él, era lo peor que podía pasarle?
Me seco las lágrimas y me dirijo al café en donde vi por última vez a mi madre. Al llegar, me siento en la misma mesa en donde todo este drama comenzó, saco mi celular y marco, nervioso, a casa de mi mamá.
— ¿Sí? —Contesta Sergio y un nudo enorme se forma en mi garganta.
—Hola,  habla Ricardo. —inmediatamente su voz se transforma.
—Ah, ¿Quieres que te pase a tu mamá?
—No, sólo quería decirte una cosa rápido. —Mi voz se empieza a quebrar.
— ¿Qué cosa, Ricardo?
—Perdón, papá. 

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